miércoles, junio 29

 
Lo peor viene antes de empezar.
Lo peor de irse de vacaciones viene antes de empezar, y es cuando tengo que abandonarme. No es nada personal, pero es que en los hoteles que frecuenta mi familia, a mí no me admiten. Así que cada año la misma historia: llevarme hasta una gasolinera perdida en la autopista, darme un par de euros para que vaya a comprar una bolsa de patatas fritas, observarme por el retrovisor contar las monedas mientras camino hacia la tienda, darle al botón del cierre centralizado y acelerar sin mirar atrás.
Más tarde, ahora, como siempre, me vendrán los remordimientos: ¿qué haré?¿alguien se habrá apiadado de mí?¿estaré en una residencia esperando a que la guardia civil me encuentre para devolverme a mí y mirarme con mirada reprobadora?
¡Qué cruz! cada año la misma historia.

El coco, que lo único que lo diferencia de una gamba es que tiene unas cuantas patas menos, y que ha encontrado un PC con conexión a internés en este hotel de playa con recepcionistas trajeadas en el zara (que mira que yo me las pedí nudistas), a un módico precio; y va a desgastar el teclado bloggeando, que es gerundio (ese era un índio??? ...o era gerónimo??? ...ay, qué lio...)

miércoles, junio 22

 
Descubrimientos.
Hoy me ha dado un apretón mientras corría por el bosque. Pero no un apretón cualquiera, uno de aquellos que: o te agachas YA, o intentas convencer al resto del mundo que aquello que cae a churretes por las piernas es chocolate.
Descubrimiento 1: en el bosque no hay WC's.
Descubrimiento 2: tampoco hay rollitos de papel higiénico.
Descubrimiento 3: en los bosques de por aquí, resulta que tampoco hay piedras planas (¿es que se las comen los turistas o que?).
Descubrimiento 4: cuando uno se ve cegado por la ansiedad de satisfacer sus necesidades primarias, le es muy difícil distinguir entre la inocua maleza salvaje y las ortigas asesinas.
Descubrimiento 5: La calamina realmente es buena para la urticaria y la comezón, aunque todo el culo se haya convertido en una roncha king-size-tipo-hierro-candente.
Corolario: Cuando crees que has tocado fondo, la naturaleza, que es sabia, te demuestra que las cosas siempre pueden ir a peor. Aunque sea difícil de creer: siempre puedes estar más jodido.
Así que: relájate y disfruta de lo que tienes, antes de que venga la naturaleza (los turistas, tu vecino o los políticos) y te lo jodan.
El coco, que aunque con el culo rojo, ya está preparando las maletas y las chancletas, que mañana se larga a la playiqui y no se mueve de la orilla del mar hasta que se convierta en gamba...

martes, junio 21

 
Me he prostituido...
Me he prostituido y no me da vergüenza admitirlo, no lo hubiera hecho por cualquiera. Desde entonces, cada mañana salto de la cama con la ansiedad y el deseo, truncando en mueca ausente una sonrisa inquieta; me afeito, me ducho, me visto con mis mejores ropas y salgo corriendo para ser el primero en llegar a su lado antes que nadie. Ella me invita a entrar disimuladamente y yo paso, cierro la puerta con pestillo y corro ese par de cortinillas que velan por nuestra intimidad. Luego acerco mi cara a la suya, me reflejo en sus pupilas y se apodera de mí un sentimiento extraño, mezcla de vergüenza y deseo. No me gusta hacerlo por dinero, pero es su fantasía, su juego. Acaricio su piel, fría y un poco áspera, ya desgastada por el sol. De arriba a abajo mi cuerpo se ondula imitando sus curvas; los dedos se rozan, frenéticos, escribiendo caricias al viento, como los poetas imaginan canciones; los codos se hablan, los suspiros se enredan con el pelo. Exploro todos y cada uno de sus huecos y me deleito en ellos, en cada ranura, en cada rincón, en cada rendija, en cada escondrijo secreto. Hasta que ella se enciende iluminando todo con su cara, con los ojos en blanco, gritando cosas que no entiendo, abriendo mucho la boca. Finalmente enmudece y olvida juntar de nuevo los labios. Sin decir palabra me entrega un puñado de billetes con los que pasaré el resto del día. No es amor, ni siquiera es sexo. No sé muy bien cómo definir esto que tengo con la terminal automática de la caixa.

domingo, junio 19

 
Cumpleaños senil.
Cuando vas a cumplir los 41 tienes la certeza de que nadie te va a regalar lo que quieres (40 tropiezos con la misma piedra son suficientes para aprender. Dos no, pero cuarenta sí), así que decides tirar la casa por la ventana y comprarte lo que te apetezca. El problema es que debiera ser algo que no estuviera prohibido, ni engordara, ni fuera pecado (aunque eso ya importe un pimiento, que a estas alturas uno ya está seguro de que va de cabeza al infierno...y la idea hasta parece divertida).
Hoy, 19 de junio de 2005, domingo por accidente, es mi cumpleaños. Así que ayer, sábado, decidí regalarme un gps con conexión bluetooth, tarjeta de memoria y navegador con voz de última generación. Hacía mucho tiempo que lo tenía entre ceja y ceja. Lo había estado codiciando dejando huellas de nariz en el escaparate. Durante horas había observado el cartel, leído las escuetas líneas de especificaciones y admirado la fotografía de desproporcionadas dimensiones. Había, incluso, entrado a preguntar; la dependienta ya daba un respingo cada vez que me veía abrir la puerta ("ostia, otra vez no...!!!").
Me hacía mucha ilusión; era la escusa perfecta para no pararme a preguntar.
Entre leer las instrucciones en inglés, descargar la última versión del navegador y de los mapas por internet, encontrar la tarjeta de memoria (en esto caben 500 megas??? ... porqué no le ponen un letrero y una flecha???), dónde debía colocarse, y conseguir que una señora con voz de lata hablara en cristiano, se me ha ido casi toda la mañana.
Cuando, finalmente, lo he tenido todo a punto, me he dado cuenta de lo cutre de mi existencia. No sabía a dónde ir. Como un imbécil, lo he programado para que me llevara al carrefour. Como si no me supiera de memoria el camino.
Nada más salir ya hemos empezado a discutir...
- "gire a la derecha en 10, 8, 6... ahora!"
- perdona, pero mejor seguimos recto, pasamos por la puerta del restaurante donde trabaja Pepita, que le gusta que haga sonar el claxon... si no está liada, sale y saluda.
- "corrija el rumbo girando a la izquierda en 10, 8, 6... ahora!"
- Vamos a ver, léeme los labios, es mejor ir por AQUI. ESE camino que TÚ propones será más corto, pero es MÁS aburrido...
- "se ha desviado de la ruta programada, corrija el rumbo girando a la izquierda en 10, 8, 6...".
- PERO ES QUE HABLO EN CHINO O QUE!!!
Y así nos hemos pasado la tarde: ella por aquí, y yo que no me daba la gana. Vamos, ni que estuvieramos casados.
Cuando he vuelto a casa le he mirado a los ojos (display), he suspirado y le he quitado la batería. Por un momento me ha parecido que iba a decir aquello de "por favor, no me desconecte", como HAL suplicaba a Bowman en la Odisea del espacio; pero la verdad es que no ha dicho ni mu.
Así que he cogido el gps con conexión bluetooth, la tarjeta de memoria y el navegador con voz de última generación y lo he vuelto a meter todo en la caja tal y como estaba. He buscado el tiquet de compra y el lunes voy a ver si me lo cambian por una aspiradora o una vaporosa, que igual son menos excitantes pero por lo menos no te dicen por donde tienes que limpiar.

jueves, junio 16

 
Encuentros en la tercera frase
Los encuentros inesperados con mi primera novia se acompañan de una especie de back flash de película en blanco y negro donde aparecía un sioux que decía, con voz grave y acento de murcia: "mujer blanca hablar con lengua de serpiente".
La madre que la parió. Siempre me lleva, como mínimo, tres frases de ventaja, que me quedo en blanco y tardo en reaccionar.

Mi ex: Cuánto tiempo hace que no te veia, cielo, si te recordaba con pelo.
Yo : sí que hace, sí.
Mi ex: Y cómo te va la vida, sigues con aquel curro de mierda?
Yo : No, ahora tengo uno peor.
Mi ex: Ya... Yo soy gerente de una empresa. Es pequeña, pero prefiero ser cabeza de ratón que cola de león. Ya me entiendes...
Yo : Si, claro. Jaja...
Mi ex: Joder, -hundiendo el índice en mis "abdominales"- sí que has engordado, ¿no?
Yo : es que esta camiseta me tira de la sisa.
Mi ex: Ya... -con cara de asco- sigues sin cuidarte nada, Rullé, mira que siempre te lo he dicho... que eso, a la larga... ¿te acuerdas de López, el que iba contigo a clase? murió la semana pasada. Dicen que fue el colesterol...
Yo : Eso es que sería del malo, que del bueno dicen que va bien, bueno, el Íñigo, el atún...
Mi ex: Ya... -consultando el reloj de pulsera- encanto, te dejo, que tengo aún que pasar por la Mercedes a buscar el coche nuevo.
Yo : Ya... -consultando su reloj de pulsera, que si no es un rolex, debe usarlo como arma arrojadiza- yo también te dejo, que aún tengo que pasar por la parada, a buscar el autobús.
Mi ex: Siempre fue un placer, aunque ya nada es como antes...
Yo : Siempre lo fue... por cierto, te veo radiante, sin duda te sienta mejor que a mi...
Mi ex: ¿el qué, corazón? ¿el vestido?¿el pelo?¿el coche nuevo?¿mi trabajo de ejecutiva?
Yo : Nada de eso. El bigote...

sábado, junio 11

 
Hace tanto...
Hay días que las manos huelen a goma de nata. Hoy era uno de ellos.
Me peinaba como podía en el servício público cuando habló pepito grillo:
- ¿y pa qué te peinas si estás calvo?
- Pepita!, ¿no deberías llamar antes de entrar?
- Estoy trabajando, chaval, y además, sólo has entrado tú. Aparta que voy a fregar.
Y sí, se puso a fregar, cantando y a conciencia, como siempre hace. "¿y pa qué te peinas si estás calvo?". Y tiene razón, hago tantas cosas por inercia que se me ha olvidado lo que es realmente importante.
Hace tanto que no me pido un helado de cucurucho y se lo clavo a Ramón en la nariz; ni mastico gomas, ni como minas de lápices de colores, ni lamo sellos, ni remito cartas. Hace tanto que no hago toctoctoc con el culo bajando una escalera como si fuera un tobogán. Hace tanto que no salto en los charcos sólo para ver cómo se hunde en el barro la suela de mi zapato. Hace tanto que no abro la boca cuando llueve y saco la lengua para mojarla en jirones de nubes. Hace tanto que no imagino dragones en el cielo, que no busco rastros paralelos de aviones y espero sin parpadear a que los trazos se difuminen y fundan con el firmamento. Hace tanto que no como chicle con azucar, que no hago globos con un bazooka de fresa, que no me bebo un polín sin congelar, que no hundo la lengua en un sobre de petazetas, que no como habas crudas, que no rotulo un dos y un cuatro en media docena de huevos, que no me convierto en el más intrépido de los capitanes disfrazado con un sombrero de papel. Hace tanto que no mando ejércitos de plástico, que no me hago narices de plastilina, que no como nocilla con cuchara, que no soplo en la lata de colacao con una pajita de rayas de colores buscando cromos...
Hace tanto...que ya va siendo hora de volver a hacerlo..

viernes, junio 10

 
Tengo.
Tengo el alma tendida, el sueño empapado, la almohada torcida; un reloj que no quiere marcar las horas, ni los pasados, ni los destinos, y tengo un corazón de frigo sin dedos. Tengo una sirena que codicia conchas entre un calcetín y su movil. Tengo un amor que canta a García en colores, con una imponente voz de soprano. Tengo una sirena, azul como el mar, que nunca fué mia y nunca lo será.
Tengo lo que no hay que tener.

jueves, junio 9

 
Oda al gorrión moribundo...
Hoy, al salir de casa, me he encontrado con un pajarillo herido. Estaba tirado en una esquina, sobre la acera, abría y cerraba el pico como agonizando, y tenía un ala tiesa, fuera de sitio. Yo siempre he pensado que hay que dejar que la naturaleza arregle sus problemillas ella solita, que hay cosas en las que es mejor no inmiscuirse; pero no sé porqué, se ha apoderado de mí la vena solidaria-avícola y, emulando a la madre teresa de calcuta, pero en cutre-salchichero, he decidido que iba a salvar al gorrión; costara lo que costara, aunque llegara tarde al curro.
Así que, ni corto ni perezoso, dejo la mochila en el suelo y me agacho para observar al pobre animalito, antes de rescatarlo con toda la delicadeza del mundo. El pájaro, que se remueve, se incorpora un poco y me mira de reojo. Yo, que le susurro, que lo había visto en una película de Robert Redford, que ya sé que yo soy mucho más feo (vamos, menos fotogénico), pero el animalito tampoco era un caballo, así que he pensado que funcionaría. El pájaro, que ladea el cuello. Yo, que improviso una camilla con las manos y lo recojo del suelo. El bicho, que me vuelve a mirar, esta vez con los dos ojos muy abiertos. Yo, que me lo acerco a la cara, le sonrio y le digo al oido (coño, dónde tienen los pájaros las orejas???) que no se preocupe, que todo irá bien. Una vecina, que pasa por la acera de enfrente y me mira como si estuviera loco ("lo que yo le diga, ¡lo he visto hablar solo en la calle!"). El pájaro, que se caga en mi mano izquierda, y yo que, en un acto reflejo, la aparto para mirarla con asco. El gorrión, que aprovecha la confusión para darme un picotazo-tenaza-que-te-cagas en el dedo gordo. Yo que grito como un poseso, haciéndome imaginariamente mis necesidades sobre su ascendiente materno, a quien asigno al azar una profesión liberal que empiece por P y no sea pintora. Y el pajarraco, que me suelta el dedo amorcillado y el muy cabrón se las pira volando; ¡pero que volaba mejor que superman!. La madre que parió a todos los gorriones. Y la madre que me parió a mí, que me obligaba a ver documentales del Rodriguez de la Fuente mientras la gente normal se ponía las botas con el Mazinguer Z y la Afrodita A. Así me he quedao yo de gilipollas.
Y sí, como era de esperar, he llegado tarde a una reunión que tenía a primera hora con mi jefe.
"- ¿qué, Rullé, estaba hoy mal el tráfico, eh?"
Y, mientras me chupaba el dedo gordo, le he dicho que sí, que el tráfico estaba fatal. Porque si le cuento la verdad no me iba a creer, y además pensaría que soy tan tonto que no sé ni inventar una excusa decente.

miércoles, junio 8

 
Maruchi López: mimo de vocación, tortuga de profesión.
Desde que vió en la tele aquel viejo sketch, en blanco y negro, de Marcel Marceau, no volvió a ser la misma. Entró en un extraño y casi perpetuo proceso de catarsis que acabó transformando una típica, y algo insociable personalidad gruñona, perezosa e introvertida; en un ser brillante, vivaracho y ameno a los ojos de todos. Alguien locuaz que no necesitaba utilizar palabras; alguien que convencía sin vencer, simplemente embelesaba con sus medidos y bien proporcionados gestos, con las expresivas muecas de una cara con granos, su penetrante mirada y esa sonrisa, pura y limpia, que nunca nadie había visto jamás en un ser de su condición. Se metió tanto en el papel, que acostumbraba a calzarse guantes blancos y a cubrirse la cabeza con una vieja chistera que, a menudo, adornaba con una rosa roja de papel maché. Cuando recibíamos visitas, cosa que ocurría cada vez más amenudo, yo mismo las hacía entrar con una solemne reverencia, mientras ella caminaba detrás suyo imitando cada uno de sus gestos; despacio, sin apenas hacer ruido, ignorando las miradas furtivas y las risitas contenidas del improvisado público.
Un día, que yo me estaba afeitando, entró en el baño sin llamar y, con poses ingeniosas, me preguntó si la llevaría fuera, a cenar; se empeñó en ir a un restaurante chino. Al principio me negué rotundamente, no estaba muy seguro de que fuera lo más indicado; no tenía nada claro si en ese tipo de locales admitían mimos. No quería que su sensibilidad desbordada y frágil, se resintiera. Aunque, tanto insistió, que no tuve más remedio que dar mi brazo a torcer. Y así, cogidos de la mano, entramos en el restaurante que había encontrado ella misma en las páginas amarillas; bueno, cogidos de la mano, o de la pata, como cada uno quiera entender. Tras tener que soportar unas cuantas miradas estupefactas y otras tantas carcajadas mal contenidas, nos acompañaron a una mesa retirada del resto, junto a un gran ventanal, iluminada tan solo por la luz de una vela. Nos entregaron la carta, pero la devolvimos sin a penas mirar y pedimos el menú del día, que eran rollitos de primavera (que a pesar del calificativo estacional puede uno ingerirlos, curiosamente, durante todo el año), y vino de arroz; de la casa, pero que sea de arroz, insistí.
Recuerdo que me levanté un momento para ir al baño, y cuando regresé, Maruchi López había desaparecido sin dejar rastro. La busqué por todos los rincones del restaurante, debajo de los manteles, incluso en la cocina, pero no hallé ni una pista que me condujera a ella. Decía uno de los camareros que la había visto salir corriendo y gritando (cosa inusual en un mimo): ¡¡¡me voy a la ramblaaaaaaaaaaa a subirme a un cajón !!!...
Que digo yo, que si hubiera querido marcharse a ejercer, con haberlo dicho...hablando se entiende la gente, que es lo que yo siempre he pensado.
Desde aquel desafortunado incidente he vuelto a ir, a menudo, al restaurante. Al menú de los domingos han incorporado una nueva sopa, de galápago según dicen, que está de rechupete. Si mi pobre Maruchi estuviera aqui para probarla. Y así, con el roce semanal, me he hecho muy amigo del dueño, un tal Lee que, según cuenta su madre (que tambien se llama Lee; resulta que, en su país, llamarse Lee es como aquí llamarse García... y yo que pensaba que era una marca de vaqueros), casi desde que su hijo nació, se convirtió en un virtuoso del ukelele. Me gusta el diseño de este que toca ahora, y que se ha hecho él mismo con una especie de caparazón marrón. Lee dice que lo construyó a partir de un galápago. Que yo no sé muy bien qué será eso de un galápago, que igual lo utilizan para hacer una sopa que para un instrumento musical, pero es que cuando suena me trae recuerdos de mi Maruchi, táchenme de nostálgico. Igual llaman galápago a lo primero que encuentran en el contenedor verde, que estos chinos lo aprovechan todo. Sin ir más lejos, el domingo pasado me encontré dentro de una galleta de la suerte, el diente de leche que perdí la semana anterior al morder un pan de gamba ¡eso sí que fué tener buena suerte!.

martes, junio 7

 
A veces...
A veces me gustaría ser un PC, y que para volver a empezar sólo necesitara pulsar ctrl+alt+del. De esta forma, volvería a nacer de nuevo siempre que me apeteciera, sin fotos ni recuerdos, sólo necesitaría formatearme el disco duro. Creo que lo habría desgastado ya de tanto poner ceros donde antes había unos; y no importaría si se estropeaba: me instalaría uno más grande (el tamaño importa, sí, como dice Ultrasónica, aunque no creo que en su post hablara del disco duro... ni del bocadillo), y así podría conectarme con otros ordenadores, que se encontraran en lugares que yo nunca pisaré, y descargarme su música, sus cuentos y, con ellos, trocitos de vidas que yo nunca viviré.

viernes, junio 3

 
Mi mono Amedio y yo.
Que sí, que Darwin tenía razón, que venimos de los simios. Yo, concretamente, creo que desciendo de los bonobos.

jueves, junio 2

 
Si esto es un momento...
Desde que me reencontré con Ramón, nos habremos visto un par de veces. La primera fué para ir a correr, y acabamos los dos borrachos como cubas en un bar del raval, el único que encontramos abierto cuando el sol empezaba a molestar; los que entraban a desayunar abrían mucho los ojos, como buhos, y despertaban de repente al tropezar con nuestra deplorable presencia.
Las salidas con Ramón son como casi todos los proyectos, sabes cómo empiezan, pero ni te imaginas cómo acabarán.
Ayer quedamos por segunda vez, fué a la hora de comer, pensábamos ir a unos grandes almacenes. El plan era sencillo y energizante: un bocata, una cerveza y hablar de lo que siempre hablamos: de cómo está el patio, de lo cutre de los salarios, de lo mucho que trabajamos... y del lado poético del verano, ese que desgasta dioptrias en cada curva, en cada ombligo, en cada piercing, en cada mirada. Pero, como de costumbre, hizo un cambio de planes en cuanto subí al coche.
- Ey, qué pasa, Rullé, tío!
- Estás guapo, cabrón!
Ramón es de esa clase de personas que se pondría en la cabeza unos calzoncillos llenos de mierda y crearía estilo, como el del lamparón del anuncio del vino. En cambio yo, me haría un traje a medida y parecería chiquito de la calzada.
- Rullé...
- Que no me llamo Rullé, es Rushé... ¿qué te pasa?
- Nada, ¿te importa si nos pasamos por casa de mi padre? Ayer me dijo que no le funcionaba el modem, y desde que se ha jubilado, su única afición son internet y los blogs. No me gusta dejarlo colgado, no vaya a deprimírseme.
- Ya ... ¿qué es un blog? -hacerme el tonto siempre ha sido mi especialidad. Nadie, salvo contadas personas, saben de mi adicción.
- Qué poco moderno eres. Un blog, una bitácora. Luego te lo cuento, que ya llegamos.
Llamó a la puerta con los nudillos; lo que ahorra esta familia en timbres. Al cabo de unos instantes, su padre entreabrió la puerta con recelo y nos miró de arriba a abajo.
- Ramón, eres tú, ¿qué quieres?
- Vengo a arreglarte el modem, papá.
- No te molestes -dijo el hombre intentando volver a cerrar la puerta- me han dicho los de telefónica que mañana se pasarán.
- No es molestia papá, si esto es un momento, yo te lo arreglo en un tristrás.
- Que no Ramón, ¡déjalo!
- Anda Papá, despeja el paso, que esto es un momento, que yo domino el tema, que soy ingeniero, coño.
El hombre se apartó y me miró con cara de desamparo:
- Rullé, díle que lo deje, que mañana vienen los de telefónica.
- ¿yo? ... ¿que yo lo convenza? ...pero si usted es su padre...
Y Ramón ya estaba camino de la habitación donde tenían el PC.
- Que te reinstalo el draiver en un plisplas, si esto es un momento. Ya verás qué facil.
- Ramón, por favor, déjalo -suplicó su padre.
- Qué pesados os poneis los jubilados.
- Pues mira que los cuarentones... -me miró con cara de resignación y me dijo- anda, Rullé, dejémoslo; ven a la cocina que te invito a una cerveza.
- No me llamo Rullé. Es Rushé.
- Coño, es que los catalanes teneis nombres raros de cojones. Qué más da una ll que una sh,
- No es lo mismo soplapollas que soplaposhas, ¿no?.
Ramón asomó la cabeza por el pasillo:
- Papá, ¿no tendrás un destornillador?
- ¡¿Un destornillador?! ¡¿Para qué lo quieres?! Ni se te ocurra abrir el modem ¡¡¡Y menos el pc!!!!
- No te preocupes, ¡si esto es un momento!... Da igual, usaré la llave del coche.
Justo acabábamos de abrir las dos cervezas cuando un enorme estruendo nos congeló la sangre en las venas, fué una explosión tremenda. Yo ví al padre de Ramón saltar como a cámara lenta, cerveza en mano, hasta casi rozar el techo con la nuca. Acojonados, nos asomamos a la habitación donde estaba el ordenador; y allí vimos a Ramón con la cara y las manos negras, el pelo encrespado y las llaves del coche aún en la mano. Había abierto el PC. Por los bordes de la carcasa asomaban llamas amarillas y humo gris. Olía a plástico quemado.
- Pero hijo, ¿no lo has desenchufado?
- Coño papá, ¿porqué no me has dicho que había que desenchufarlo?
El padre de Ramón me miró con cara de resignación, apoyó una mano en mi hombro y dijo, como disculpándose:
- Es que hace 40 años, no sabiamos de los condones.

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