miércoles, diciembre 31

 
Cuando era pequeño, mi universo se distribuía a ambos lados de un pasillo oscuro, repleto de puertas. Mi universo olía a mi propio aliento, a sudor, a polvo y a humedad, olor que hoy revivo cuando me adentro en el metro. Aunque podría describir palmo a palmo aquella casa, el recuerdo que siempre cautiva mi memoria es el de una imponente escalera de granito negro que se elevaba, desde aquel pasillo oscuro, hasta un segundo piso, tan tenebroso uno como sombrío el otro, este último en ocasiones diría que incluso resultaba lóbrego, con todos sus carices, carencias y matices. Escalar cada peldaño era un aventura, a cada paso sentía más cerca el aliento de las almas oscuras que imaginaba observarme agazapadas tras el último escalón. Ávidas de sangre. Mi recompensa era zafarme de ellas para lanzarme escalera abajo, como si me deslizara por un tobogán. Cuanto más arriba me lanzara, más valiente me sentía. Aunque mejor no hablar del estado de mi culo al acabar el día. Era el juego de quien no tiene juguetes. De quien desafia a sus miedos, a los silencios y a las oscuridades, sólo por el placer de vivir cada momento. De quien planta cara al averno y a sus criaturas, inexistentes, pero tan reales al mismo tiempo. Era mi juego. En mi pequeño universo de pasillo que olía a humedad,a mi aliento y a polvo. Un universo de escalera lóbrega hacia un futuro incierto, repleto de puertas cerradas, de tinieblas y de criaturas que encarnaban mis miedos.
(Alzo mi copa) Porque en este año que empieza, todos subamos la escalera de nuestros miedos y nos lancemos por ella como si fuera un tobogán. Aunque luego nos duela el culo (que nos dolerá), pero, y lo bien que sienta.
Chin-chin: Feliz 2009.
(Y BIBA la BIDA).



domingo, diciembre 28

 
Olvido.
Cansado de tanto contemplar llover, he bajado al sótano, a ver si entre tanta caja de cartón encontraba un libro viejo que se dejara releer. Y la verdad es que he descubierto mil cosas que me han atraido mucho más que intentar revivir de nuevo una historia gastada entre hojas también amarillentas y ajadas. He encontrado un sobre naranja lleno de fotos de mi infancia. Con sus negativos, con lo que mola ver todo del revés. Y me ha sorprendido la mala memoria que tengo para mis recuerdos bonitos. Para mis juguetes. Para mis padres tan jóvenes. Para mis hermanas tan niñas. Para mis sonrisas de verdad. Cuando he vuelto a ordenar las fotos y he cerrado el sobre, he hecho un esfuerzo intentando retenerlas para siempre en la memoria. Para no perder jamás esos recuerdos. Pero entonces mi mirada se ha cruzado con el lomo de aquel libro que por primera vez cautivó toda mi atención. Lo he rescatado de su caja estanteria, le he soplado el polvo, lo he abierto y me he enfrascado en su lectura. Y ya no recuerdo ni porqué he bajado al sótano. Por Dios, ¿no dejará nunca de llover?

viernes, diciembre 26

 
Hay una oscuridad para los vivos, y otra oscuridad para los muertos. Y siempre las confundo cuando cierro los ojos.

domingo, diciembre 21

 
Abducción.
A veces las canciones abren las puertas y las ventanas de mi casa de par en par, de repente, y me la ordenan. La dejan limpia, brillante y perfecta. Como si fueran una brisa que todo lo renueva. Cada cosa en su sitio. Un sitio para cada cosa. Y otras veces, como hoy, las cierran todas de golpe y se me llevan a mí, con todas mis cosas. Hasta con los muebles. Lejos de aqui. Lejos de ti. Lejos de mi. Es oirlas, y ya (me) (te) (nos) echo de menos.

jueves, diciembre 18

 
No hay nada como saber idiomas.

Cuando conozca a una chica, ya le puedo preguntar si está tan keluar como yo.

lunes, diciembre 15

 
Extranjero.


Hoy tengo la sensación contraria a sentirme extranjero. Es como si siempre hubiera vivido aquí. Quizás sea porque un amigo me arrastra (y yo encantado) hasta altas horas de la madrugada a los garitos más impresentables de la ciudad (hay uno, donde toca en directo una banda deliciosa, que está repleto de prostitutas. Como nosotros dos sólo vamos a escuchar y beber, solemos sentarnos en la mesa de una chica que lleva un vestido rojo cortísimo y un sujetador negro con encajes. Ella se pasa la noche absorta con el móvil, jugando al tetrix y bebiendo cerveza. Y ese mismo ensimismamiento que nos proteje de los asaltos del resto de las chicas del local -porque serán putas, pero son respetuosísimas con los derechos adquiridos por sus compañeras- también nos hace compañía a pesar de su ausencia, que siempre es de agradecer). Me encantan los sitios que son casi tan impresentables como yo, así no desentono. Quien sí desentonaba, a pleno sol de mediodía, con 37ºC a la sombra, era este caballero asando castañas. Con dos cojones, ¡sí señor! Os presento al castañero de Singapur. Vender, no vendía muchas, pero era un cachondo, porque cuando le he pedido una papelina (que todo hay que decirlo, me ha parecido una causa tan condenada al fracaso, como digna de admiración -algo así como pretender vivir de la venta de frigodedos en el polo norte-), ha dejado de remover las castañas, me ha mirado a los ojos y me ha dicho: usté sí que sabe ¡qué bien sientan las castañas calentitas en diciembre...!
Y no me quito la extraña (aunque tan familiar) sensación de que te han dicho a la cara, y esbozando una sonrisa, que estás como una puta cabra. En fín, que me siento como en casa.

miércoles, diciembre 10

 
Sushi
Me encanta preparar sushi, igual que me encanta la música. O el silencio, que también es música. Es como revivir una ceremonia ancestral orquestada por ángeles: seleccionar los ingredientes, cortarlos en su justa medida, cocer el arroz. Preparar su sazón con la proporción exacta de wasabi, vinagre de arroz, azucar y sal. Mezclar el condimento con el arroz sirviéndose de una cuchara de madera, dibujando surcos. Freir el alga nori. Disponer el makisu sobre el mármol de la cocina. Extender la mezcla tras humedecer ligeramente los dedos en agua. Centrar el pescado crudo, previamente congelado y aderezado, junto con verduras o frutas que lo complementen. Enrrollarlo sobre sí mismo. Crear un círculo perfecto y comprimirlo con los pulgares hasta formar un envidiable paralelogramo (la cuadratura del círculo: ¡¡sí!!). Dejarlo reposar en frio. Afilar el cuchillo. Cortarlo tan finamente como el pulso y la osadía permitan. Disponerlo sobre una hoja de bambú con gestos cuidadosos, dulces, aunque diestros y precisos, con improvisadas caricias que parezcan expertas, como el artesano que restaura un óleo de valor incalculable. O el amante que lleva al orgasmo al más deseado y querido de sus amores. Bañarlo en salsa de soja, wasabi y jengibre. Paladear la eternidad. Hacer tuyo lo que nunca cambia. Disfrutar y deleitarse en el sabor, en la textura, en los colores, en el aroma, en los crujidos. Convertir la realidad del nunca jamás en el sueño de un siempre. Saborear la eternidad en un efímero pulso de la vida. Y tengo miedo. Siempre que preparo sushi, tengo miedo. Porque siento que reto al tic-tac del reloj. Al paso del tiempo. Porque juego a conseguir que, pase lo que pase, todo acabe igual. Concretamente, perfectamente bien. Invariablemente delicioso. En tántrico orgasmo. Es como jugar a ser Dios. Pero con palillos. Y yo no quiero serlo. Yo, lo único que deseo es que, como probablemente saborear la belleza de la eternidad (sumido en esta deforme, grotesca y efímera horrorosidad que es la vida) sea un pecado como la copa de un pino, el sushi me mate o me engorde. Y la verdad, entre nosotros: detesto engordar.



sábado, diciembre 6

 
Sobre mi infancia y los postulados.
Recuerdo a mi padre ocupadísimo con sus plantas. Si no teniamos 20 macetas en casa, no teníamos ninguna. Mi padre tenía tres regaderas, dos guantes, unas tijeras de podar y un pulverizador. Los fines de semana se enfundaba los guantes y pasaba revista a las plantas. Hablaba con ellas. Lo cual me parecía tan absurdo como hablarle a una silla o a un jarrón Ming. Porque si puede resultar sorprendente hablar con un periquito, no calificaría como normal el entablar una conversación de tú a tú con una masa de clorofila verde, carente de cerebro. Pero corramos un túpido velo y resumamos: que cuando mi padre se ocupaba de sus plantas no nos hacía (al resto de la especie humana) ni puto caso. Aunque a su favor habría que decir que cuando no se ocupaba de ellas, tampoco. Volviendo al tema y como corolario, cuando mi padre cuidaba de sus plantas, podias decirle que había aterrizado un platillo volante sobre el sofá y de él había descendido chiquito de la calzada vestido de lagarterana y cantando los sietecaballosquetienebonanzaaaaa, que él invariablemente contestaba que la mierda de abono de 2x1 no dejaba las hojas brillantes, vayapordios. Lo cual ya dice algo.
POSTULADO 1: Si quieres aislarte del mundo, ocúpate de tus plantas.
Hoy he entendido la fuerza, o esperanza (o desesperanza), que animaba a mi padre cuando cuidaba de sus plantas. Se refugiaba en la pretensión de que las tijeras sanaran, de que las regaderas alimentaran, de que los guantes lo aislaran, de que el pulverizador cubriera de un mágico bálsamo cada una de ellas, y que las protegiera de todo mal.
Cosa que no podía hacer conmigo, o con mis hermanas.
POSTULADO 2: concéntrese en el objeto, apórtele los elementos necesarios, aislese de él para no contraer su misma enfermedad. Háblele. Aunque no diga nada coherente le sentará bien. Crecerá. Que es de lo que se trata. Aunque crezca inútil, ¿a quien le importa? el caso es que crezca.
Cuánto mejor sería que hablaramos de nuestras inseguridades, que compartieramos nuestros miedos, que lloráramos nuestras frustraciones, que gritáramos nuestras penas. Que nos quitáramos los guantes, que arrojáramos a la basura las tijeras, las regaderas y los pulverizadores. Porque entonces, quizás hoy te adoraría. En cambio, sólo te agradezco enormemente esta (mi puta) vida.

jueves, diciembre 4

 
Reunión
Ayer estuve reunido con un chico que tenía un tic muy curioso. Mientras yo hablaba, me miraba abriendo mucho los ojos y la boca. Como si fuera un pez. Era un gesto contagioso, porque no había pasado ni media hora cuando me di cuenta de que yo hacía exactamente lo mismo. Así que estoy emocionadísimo, porque creo que es la primera vez que participo en una conversación de peces. Bueno, ahora que lo pienso mejor, más bien fue un diálogo de besugos. Y la verdad es que no ha sido el primero que he tenido. Y me temo que tampoco será el último. En fín. ¿Alguien tiene una pecera? Me quiero suicidar.

lunes, diciembre 1

 
Veneno en la piel.
Esta noche ha sucedido de nuevo. La rutina de estas cuatro paredes me empuja hacia la puerta de la calle, aunque yo no quiera hacerlo. Aunque tras ella reine el frio. Porque cuando lo frecuente se convierte en habitual, acaba pareciendo condena. Y lo ordinario, junto con las costumbres, acaban matando los sentidos, como el alcohol o las drogas.
Levantarme y encontrar día tras día los mismos edificios mirándome a los ojos me saca de quicio. O los mismos cadáveres de insectos que han decidido convertir en cementerio el alfeizar de mi ventana. O los mismos túneles enterrados, que pueden llevarte tan lejos como quieras, aunque siempre decidas volver de nuevo a casa. Y regresas soñando con grandes cosas. Con un paseo. Con ver a un niño agitar un árbol para cubrirse de hojas amarillas. Con una sonrisa que te mira a los ojos subida a unos tacones, tras un escote. Las calles están mojadas y huelen a limpio. Las aceras brillan y reflejan las luces de los carteles de neón. Las parejas se abrazan y se besan, frotándose para burlarse del frio. Un vagabundo prepara su parapeto de cartón en un portal. Detengo mis pasos. Qué tranquilidad más rara da el frio. Es como si todo lo relentizara. Estoy helado y decido volver a casa.
Antes soñaba con grandes cosas. Con que todo fuera especial. Esperaba mucho de la vida. Hoy ya no espero nada de ella, pero a cambio me exijo mucho más a mí mismo. Me exijo muchísimo, pero me conformo con lo poco que la vida me da. Y poco a poco voy aprendiendo a reprimir mis sentimientos, las emociones, las lágrimas, el corazón. Creo que estoy convirtiéndome en un zombi. Acostumbrándome a vivir sin estar. Y lo que más me preocupa es que me estoy empezando a no preocupar. Supongo que será el frio. Queda aún mucho para que vuelva a ser primavera. Y espero sobrevivir a la navidad.



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