lunes, junio 29

 
La bola de billar que habita permanentemente en mi interior juega a desplazarse sin pedir permiso, ni encomendarse a la virgen. Ya no está en la boca del estómago, ahora me oprime la parte superior del corazón.
Ayer fui a ver a Chambao. Estuvo bien, pero tantísima gente junta me agobia. Así que no terminé el concierto. Camino de casa entré en un bar. Tenía sed, mucha sed. Me senté en la barra, al otro lado, cuatro camareras se movían frenéticamente. A veces me cuesta distinguir entre la ansiedad, el trabajo y el frenesí. Preparaban mojitos como locas. Me pedí una cerveza con tequila, por no incordiar, ni romper el momento. No sé en qué punto empezamos a hablar. Nos reimos un montón. Acabé intentando ayudarlas a limpiar los baños, pero no me dejaron. Nos despedimos con el alba. Pero ni siquiera entonces la bola de billar desapareció.
Creo que, o voy a que me la extirpen, o aprendo a jugar al billar. No sé. Pero no puedo más.

sábado, junio 27

 
Quizás necesito que se enfaden conmigo para asumir responsabilidades. Para decidir poner orden en mi vida.
Cuando era pequeño, y mi madre se enfadaba conmigo, me castigaba para que arreglara mi cuarto. Entonces yo hacía lo único que sé hacer: desordenarlo todo. Sacar todo de su sitio y hacer una pila informe de cosas, ropa y juguetes, para luego volver a ordenarlo todo a mi manera. Y entonces ella se ponia como una moto, porque cuando se metia en mi cuarto no encontraba nada.
Ahora hago exactamente lo mismo: cuando decido asumir mis responsabilidades, necesito desordenar mi vida, hacer una pila en el centro con todas mis cosas, para luego volver a ordenarlas. Pero ahora no es mi madre quien se enfada conmigo cuando no encuentra nada. Soy yo.

martes, junio 23

 
Un rescate, a plena luz del dia. Una playa. Dos cuerpos desnudos que se comen a besos. Que nadie llame a los bomberos. Contando cada ola, cada risa, cada lágrima, cada caricia. Contando cada rescate bajo el sol. Los incendios que nunca se extinguirán. Un precioso recuerdo. Un rescate de la vida, a plena luz del día.

lunes, junio 22

 
Mimetismo.
A veces tengo la tentación de confundirme con el paisaje. Si me meto en un centro comercial, cojo un carrito. Si ando por la acera, no miro a la gente. Si hago cola en la charcuteria, observo el escaparate, como si me interesara el color de la carne. Porque tengo una teoría, y es que a veces el azar te hace caso (también se conoce como la teoría de lo imposible). Y cuando te aferras a un carro de la compra, andas por la acera, o haces cola en la charcuteria, algo puede pasarte, algo maravilloso: exactamente lo que deseabas, y como lo deseabas. Por supuesto, como toda teoría, no hay dios que la haya llevado a la práctica. Y así me va.

viernes, junio 19

 
Señales.
Vuelvo a notar mis sentimientos. En forma de nudo en la garganta. En forma de punto de libro. En forma de punto y aparte. En forma de volver a empezar. En forma de echar, de más. Y echar de menos.
Me he instalado en mi rincón, empujando la espalda contra mi tormenta interior. Me he dado de bruces con la realidad.
He conectado el ipod en aleatorio y ha sonado esta canción:







También es casualidad.
Felicitad a Boonena y a dutchgel. Hoy cumplimos años. Sí. Yo: 45. Ellas: yogurines.


miércoles, junio 17

 
El dolor me convierte en humano. Hay un animal dentro de mi. Del que vengo. Y el aprecio del dolor es lo único que me convierte en humano. Pensar, soñar, sentir, amar. Tonterias. El dolor es lo único que nos convierte en humanos. Y lo único que nos hace cambiar.

lunes, junio 15

 
Después de cenar, guardo de nuevo la mesa y las sillas de madera. Apago las velas y me asomo al cielo. No hay nuevas estrellas. Tengo un nudo en la garganta y me lloran los ojos. Nadie lo nota. Seis periquitos sobrevuelan el atardecer. Se hace de noche. El olor a jazmin me envuelve. Lo envuelve todo como si fuera papel de regalo. Me instalo en mi esquina, me apoyo en la pared y enciendo mi ipod como quien enciende un cigarro, para intentar borrar los gritos de mis vecinos que hablan por los codos. En mi casa todo es silencio. Bendito silencio. O bendita música que me grita en las orejas hasta hacerme ensordecer. Querría morir bailando completamente solo en mi silencio. Instalado en mi esquina. Después de cenar.

viernes, junio 12

 
Me mira con aire divertido, no parece encontrarme raro, se diría que no le extraña nada de mi. Puedo expresar mis pensamientos, incluso cuando se mezclan o se confunden en mi cabeza, en ese inmenso desorden que me caracteriza por dentro. Puedo ser yo mismo. Puedo decir obscenidades, cursiladas, frases inmensas o gilipolleces, sin que me lo reproche. Sólo sonrie. Porque sabe lo que quiero decir y sabe el significado de todas y cada una de las estupideces que digo. Y lo que es más importante, el significado de mis silencios. Que por propia pereza, o por otorgarme una tregua me doy a menudo. Apoya su frente en mi oreja y me ensordece. Frente a un mar tan azul como el cielo. Un pedregal, y un tetrabrik de piña. Y quiero hablar durante tanto tiempo, como si interpretara un monólogo en un teatro, que se me enreda la lengua con los dientes, y solo consigo decir frases incompletas, palabras sin sentido y muchísimas estupideces. Y ella me mira con aire divertido.

miércoles, junio 10

 
Me gusta dividirme en dos, realizar dos tareas al mismo tiempo. Desde que era pequeño. Contar los macarrones en el plato mientras tamborileo con los dedos en la mesa. Leer carteles de propaganda mientras canto una canción por dentro. Rozarte con el dedo las bragas mientras te doy un beso. Sé que todo esto no sirve para nada, sólo para olvidar una cosa. Que estamos completamente solos. Y que me gusta dividirme en dos.

lunes, junio 8

 
Ayer me corté el pelo, no fue un corte de quedar bonito, resultó un corte práctico. Tanto, que doy pena. Pero me da igual. Porque ahora cuando me ducho ya no me tengo que peinar. La gente, en general, es la mar de original cuando te cortas el pelo: siempre te lo recuerdan como si fueras absolutamente imbécil y no supieras qué te acaban de hacer, o en este caso, perpetrar.
Cuando era pequeño me pasaba horas ante el espejo intentando pegarme las orejas a los lados del cogote. Hoy, al vérmelas de nuevo, me he acordado. Y todo porque un día mi madre me dijo que las tenía desabrochadas. Decía que cuando era bebé me gustaba dormirme sobre ellas dobladas, y me las planchaba sin querer. Yo me sentía tan culpable por mi conducta de bebé irresponsable, que mi único afán era esconder al mundo mis orejas. Bajo un gorro de lana, la melena o un casco de bici, qué más daba. Total, que hoy, gracias a dios, me he dado cuenta de que la desabrochez de mis orejas y la cortedad de mi pelo, no son mis mayores problemas.
Y menuda mierda. Para una cosa que se podia arreglar con un gorro de lana.



viernes, junio 5

 
Ya está hecho. Todo el daño. Me he abierto en canal. Extraido la pelota de la boca de mi estómago, pero ha aparecido en otro. Y no me siento mal porque ya no la tenga, si no porque sé lo que es llevarla dentro para siempre. Un peso invisible que perfora el alma. Sé que no ha terminado, pero sí que ya está hecho. Todo el daño. La herida abierta y sangrando. A partir de ahora sólo queda cicatrizar.

jueves, junio 4

 
Ya sé que nadie me entiende, yo tampoco me entiendo. Hay momentos de tregua que saben a derrota. De calma, que huelen a tempestad. De hambre que saben a empacho. Creo en el cielo, y también en el infierno, los he visto, vivido, y sé que existen, pero en otro mundo. Quizás por eso sólo pueda vivir en el limbo.

miércoles, junio 3

 
Creo que volveré a fumar.
Estos dias de ansiedad donde nada parece lo que es, ni siquiera las palabras, me están matando. Y lo que es peor, sentando fatal.
Quizás sea el momento de reanudar mis clases de anatomía, no sé.
Sólo cuando nos tumbamos sobre la mesa de este gran y aséptico quirófano que es la vida, y nos mostramos al mundo tras practicarnos una abertura con un bisturí desde la ceja hasta la ingle, somos nosotros mismos. Duele, porque no existe anestesia para tal intervención, pero sólo hay una manera de abrirse, y es así.
Decimos: aquí están mi corazón, mi estómago y mi alma, pícalos con ajo, huevo, sal y perejil, harás unas albóndigas divinas. Disfrútalas. Son para ti. Si hasta les pondríamos salsa.
Y como la lata denomina y cataloga a la cerveza, o las etiquetas clasifican a las fiambreras en las estanterias de los frigoríficos, así a veces nos sentimos: esperando a que nos coman antes de que pase la fecha de caducidad.
Abiertos, sobre la mesa de un esterilizado quirófano.
Sin que haya nada más que esperar.
Ni nada más que decir.
Creo que volveré a fumar.

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