viernes, abril 27

 
Ayer por la noche.
Ayer por la noche leia en un blog una historia que me contaba mi abuela cuando era pequeño. Era sobre un pueblo; sus habitantes anotaban en una libreta los minutos de su vida en que habían sido felices. Cuando morían, alguien hacía la suma y grababa el total de ese tiempo sobre su lápida. Algunos tenían días acumulados, otros sólo horas. A mí me costaría un montón vivir así, porque no soy capaz de distinguir los momentos de felicidad de los que, simplemente, me siento bien porque no siento nada. Es cierto que hay muchos días que se olvidan, pero no necesariamente porque se vivieran instantes de infelicidad. La mayoría simplemente desaparecen de la memoria porque no se utilizaron para nada que mereciera la pena. Quizás fueron días vacíos, sin emoción, sin quedar con nadie, ni compartir un postre, o un orgasmo; o magdalenas calientes rellenas de chocolate y bañadas en nata fria, que cuando las abres con la cuchara parecen estar vivas y se mueven como si bailaran. O simplemente hay días que se olvidan porque nada dejó su huella en tu piel. O en tu corazón. Yo tengo unos cuantos así. Más o menos 15,500. Con sus tormentas, que curiosamente recuerdo haber vivido perfectamente, y no fueron momentos felices. Con su desgaste, como cuando alguien te pisa en el tren varias veces en el mismo pie y lo acabas mirando directamente a los ojos como diciendo: qué, ¿el suelo está blandito? Pero hay sutilezas que cuestan de entender, sobre todo un lunes a las 7 de la mañana, y te siguen pisando como si te quisieran desgastar. Yo no quiero desgastarme, ni sumar tiempo. Tampoco quiero que me pase la vida entre los dedos sin poder atraparla. Como el agua de un rio. Supongo que no sé lo que quiero. En fín, que ayer por la noche leía en un blog una historia que solia contarme mi abuela. Y creo que yo no voy a anotar en ninguna libreta los instantes de felicidad, no vaya a ser que el momento del recuento me pille solo en casa y sin una caja de ansiolíticos a mano, o en su defecto, una botella de vodka.

jueves, abril 26

 
Weblog comunitario.
Tengo la inmensa suerte de vivir en una comunidad de lo más moderna, pija, y puesta en lo de las nuevas tecnologías. Han descubierto el mundo blog. Y sin necesidad de conexión a internet de 3 megas, de web 2.0, ni de ostias en vinagre. Cada día entro en el portal y me encuentro con un nuevo post, a tamaño folio, del estilo: "hasta cuando voy a tener que tragarme vuestra mierda, a ver si arreglais el desagüe de una puta vez". Y al pie, comentarios solidarios, como: "Guarros!!!"; o incluso opiniones contrapuestas, del estilo: "pues te la comes con patatas hasta que me salga de los güevos, cabrón". Los mejores, son los post que se firman con dni, o en su defecto, con el número de piso y puerta. Por el contrario, los comentarios aparecen casi siempre anónimos. Qué lata, con lo que mola conocer a la gente. Eso sí, todos son a mano alzada y escritos con bolígrafo bic, que en estos tiempos que corren tiene su mérito. Y yo me lo paso pipa leyéndolos. Me hace una ilusión. Hoy había un post nuevo que decía literalmente: "por favor, se ruega al que tira condones usados a mi patio se haga cargo de que hay niños pequeños" y firmaba: hastaelcoñometeneishijosdelagranputa. No sé, me ha dado la impresión de que no acababa de pegar la firma con el estilo literario. Pero en fín, que estoy en ascuas por saber cuál será el primer comentario y no hago más que bajar a la portería, cada cinco minutos, a ver si alguien ya lo ha dejado. Qué nervios. De verdad.

martes, abril 24

 
Calorcito y vaivén.
Con este calorcito que todo lo envuelve, como un papel crujiente y rojo en navidad, y este solecito de tarde, que hace que se transparenten las faldas, y las intenciones, en el tren se me duerme todo dios: la del collar de pinchos, tatuaje de araña y diadema a cuadros escoceses, con la ipod a toda pastilla. La del jersey amarillo que golpea la cabeza contra el libro que cuenta cómo conocer mejor su sexo. La chica del opus dei, con sus medias negras, zapatos blancos, que no deja de morderse los labios y mover el rosario entre los dedos con los ojos entornados, aplisando la falda bajo la rodilla. El chico que se compró la cazadora tejana a modo de albornoz, a la altura del tobillo, que mira a la pared y cuenta las paradas parpadeando al mismo tiempo que la lucecita verde del mapa. Y yo, que no consigo dormir. Ni siquiera así.

lunes, abril 23

 
Juguete a pilas.
Llevo varios días seguidos haciendo las mismas cosas. Jugando a los mismos juegos. Estrenando la misma ropa. Pensando poco. Durmiendo demasiado. Leyendo lo mínimo hasta conciliar el sueño. Salgo a pasear, encaminándome hacia donde sople el viento. He metido mi reloj en un cajón y no lo miro para nada. Si suena el móvil, no contesto las llamadas. A veces me pasa. Me levanto como si fuera una ostra y todo lo que existe fuera de mi concha no me concierne, ni me importa. Y de pronto me despierto otra mañana, y me interesa el resto del mundo, y me da por involucrarme y resolver cosas. Y me enfado si todo sale mal. O me alegro de que los problemas me absorban. A veces es como si me pusieran pilas alcalinas, nuevas. Como si me dieran cuerda. Otras, las pilas se desgastan, se abren y rezuman ácido que me corroe las entrañas. Me queman. Me dan sueño y ganas de morir.

viernes, abril 20

 
Caiguda del cel: Luz Casal.

jueves, abril 19

 
Haciendo balance de la semana.
Ahora que Lara Croft se ha recuperado de la última torcedura de tobillo, volvemos a quedar siempre que podemos para ir juntos a correr. Hoy hacía un día espléndido. Estábamos ya de vuelta cuando nos hemos encontrado en mitad del camino a una chica extranjera, que trabaja con ella, sentada sobre una piedra. Tenía los pies al sol. Había dejado las zapatillas y los calcetines a un lado, junto a ella. Nos hemos detenido para preguntarle si se encontraba bien, y nos ha dicho que sí, que lo hacía porque hacía poco que corría y no quería que le salieran pollas en los pies. Cosas del idioma, supongo, pero no niego que me la he imaginado aireándose el coño. Cambiando de tema y hablando de cosas mucho menos místicas: ostia, que parece que el verano ya está aquí! Pordiosbendito con el cambio climático. En fín, como me dijo la médico de cabecera en su día: será cuestión de incluir derivados lácteos en la dieta, porque con tanta paja me voy a quedar sin calcio.

miércoles, abril 18

 
Si Aviador Dro levantara la cabeza...

 
antes y después
Hace unos años, cuando veía un anuncio de "antes y después", yo siempre quería ser el de después: más alto, con menos granos, sin barriga, con el culo caído hacia arriba, con melena, depilado, sonriente, con el pene extralargo. Ahora, me miro en el espejo, y quiero ser el de antes. Me asusta ser el de después.

martes, abril 17

 
Sinceramente.

domingo, abril 15

 
Antípodas.
Mientras tu recuerdo palpita aún en mis labios, las sirenas de la noche me impiden abrazar el sueño y mis miedos me muerden los pies; en el otro extremo del mundo, un niño en bañador y camiseta de tirantes se sienta en la playa, a la orilla del mar, y lanza piedras contra las olas, juega a hacer ranas. Su risa espanta a un par de dingos que pasaban por allí. Su padre, negro como el carbón, desde lejos, agita el brazo y grita algo imposible de entender. El niño se levanta y corre. Es la hora de comer.



martes, abril 10

 
Quería.
Hoy quería sentarme a escribir un montón de frases incompletas, colocando unas encima de las otras, alineándolas a la derecha. Imaginando que parecían un poema. Y hablar de las mil cosas que adoro de ti, de las cien caricias que aún arropan mi espalda, de las docenas de besos que todavía lamen mis labios. De ese sabor a ti que aún vive en mis dedos. De tus expresiones de niña. De tus mil caras. De tus carcajadas. De cuando me riñes porque no puedo terminar lo que he empezado. Hoy quería sentarme a escribir las mil cosas que adoro de ti, pero sólo me viene una a la cabeza: que me haces feliz.





Querida Nancicomansi, gracias por contarme cómo se cuelga un video de youtube en un post. Besazo con disfraz de caniche.


 
Lunes.
Un estruendo me sobresalta y me arranca de un sueño. Es el despertador, son las 6 de la mañana. Noto una especie de convulsión. Es una arcada que me da los buenos días. Me visto a toda prisa, hoy tengo mil cosas que hacer y me encuentro fatal. Siento un dolor agudo en el estómago que es casi insoportable y el mero echo de pensar en el primer café del día me provoca unas náuseas terribles. Salgo a la calle con ganas de vomitar y todo está inquietantemente silencioso y solitario. Es normal, a estas horas sólo se levanta la buena gente o los imbéciles, y yo nunca he sido de los primeros en nada. Llego a la oficina y la puerta está cerrada a cal y canto. Llamo al timbre insistentemente, con mucha mala leche. Al cabo de un buen rato aparece el vigilante, restregándose las legañas de los ojos con los dedos de una mano y peinándose con la otra el cabello enmarañado. Se coloca la gorra de medio lado, abre la puerta de cristal y me pregunta que qué quiero, que si no sé que hoy es fiesta. Le respondo que lo único que sé es que hoy no va a ser uno de mis mejores días. Me doy media vuelta, me alejo haciendo ver que no escucho sus risas y me dejo caer en un banco del parque, a contemplar los colores del cielo al amanecer y a enroscarme sobre mi tripa cabrona que no deja de doler.

miércoles, abril 4

 
la buenaventura
Cuando era pequeño, una gitana me enseñó a leer las manos. Tenía dos perros, vendía claveles en una esquina del barrio y decía la buenaventura por un billete de cien pesetas. Cuando mi madre iba a comprar al colmado, yo me quedaba fuera, jugando con los chuchos. La gitana me acariciaba la nariz con un clavel y me preguntaba si creia que sus flores olían tan bien como el mar. Yo respondía que como el mar y el sol juntos, al atardecer. Se reia. Recuerdo que me contó que había muchos tipos de manos: las elementales, las artísticas, las cuadradas, las filosóficas, las místicas. Nunca supo qué pensar de las mias: a veces le parecían elementales y otras místicas. También recuerdo que según la temperatura, el color y la textura, las clasificaba en temperamentos. Decía que las mías eran nerviosas: frias, secas, tirando a huesudas. Y yo me sentía orgulloso. También hablaba de islas, de montes, de puntos que se cruzaban no sé dónde, de rejas, de círculos. Mucho más de lo que ningún niño pudiera entender. Y, la verdad, estaba pensando que no sé de qué tipo son tus manos, sólo sé que cada vez que escribes, cada vez que me rozas, cada vez que dibujamos un corazón en el cielo, cada vez que me clavas las uñas en el culo: me siento volar. La gitana se equivocaba: mi buenaventura no está escrita en mis manos, lo está en las tuyas.

martes, abril 3

 
Llueve.
Oigo llover. Mil gotas rompen el silencio de la noche. Y huelen tanto a ti, que me rodeo con mis propios brazos. Me abrazo con fuerza, porque no quiero perderte en mi tormenta.

domingo, abril 1

 
la vida
Hoy los árboles del parque empezaban a mostrar sus hojas. Como si se hubieran cubierto con diminutas escamas de peces de color verde. El viento jugaba a mover las ramas y las hacía sonar, como si fueran un avisador de puertas hecho con conchas secas y caracolas de mar. Los zarandeaba hasta hacerlos llover sobre las cabezas. Abrir la boca. Sacar la lengua. Beber gotas de lluvia pasada es como traer recuerdos antiguos al presente: saben a polvo, a olvido, a silencio. A hueco vacio. Pero la falsa lluvia sigue cayendo y refresca la cara, el cabello. Cerrar los ojos. Respirar profundamente. Pensar en una playa desierta. Imaginarme flotar en el agua mirando con los ojos cerrados al cielo. Hundir los oidos bajo el agua. Escuchar las burbujas, las hélices lejanas y el murmullo del mar. Sentir secarse al sol la cara mojada. Mirar a la arena y comprobar que no hay nadie. Que está completamente desierta. Sólo mis ropas la visten de color. Yo, el parque, la playa, los recuerdos, el viento, la lluvia y los árboles. Parece que todo haya decidido, de repente, despertar.

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