jueves, noviembre 18

 
Con la torpe sensación que se tiene al ir subiendo los peldaños de unas escaleras mecánicas paradas, me topé de narices con ella. Era muy guapa. Enfundaba su cuerpo, menudo y encantador, en un sencillo y ajustado vestido blanco muy corto, tanto, que de lejos parecía que sólo llevara una camiseta ceñida y que, con las prisas, se hubiera olvidado de ponerse un pantalón a juego. Me miró a los ojos y se aferró a las barandillas de la escalera cortándome el paso. Me dijo que la besara en la mejilla, y lo hize. Me pidió 10 dólares a cambio y soltamos los dos una carcajada que retumbó contra las paredes y el techo. Nos miramos antes de abrazarnos y caminar uno al lado del otro, en silencio, sintiendo el calor de un cuerpo extraño.Ya dentro del bar, el ambiente cargado de humo olía a sudor, a deseo, a sexo caro, a amor y a desamor. Subidos cada uno a su taburete, nuestra silueta vistió de cariño el reflejo del espejo roto que cubría la pared al otro lado de la barra. Nos medimos las manos, nos rozamos los codos, se erizaron nuestros pechos, se enredó nuestro aliento, se miraron nuestras rodillas, se hablaron nuestros tobillos, se besaron nuestros pies. Me dijo que queria saber que tal era en la cama. Le dije que sí y que, por ser ella, le haría un descuento especial.

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