lunes, junio 18

 
Cuando esa tarde volví a casa, mi madre ya hacía rato que había llegado. Lo supe porque el recibidor olía a ella, a limpio en su afán por desinfectar la vida. Al cerrar la puerta de la calle, me di la vuelta para dejar aquella mochila repleta de libros, ceras de colores rotas, lápices Alpino, libretas cuadriculadas que en su mayoría ya habían perdido sus gastadas tapas de cartón en la vorágine del transcurso del curso escolar, y un compás que se despatarraba siempre que intentaba trazar círculos (me salían unas elipses perfectas, aunque la profesora de geometría se empeñara en no querer apreciar su encanto). Justo al darme la vuelta, tropecé con la vieja alfombra que nadie utilizaba ya para limpiarse las suelas de los zapatos, y que con el paso del tiempo había desarrollado otra gran habilidad: convertirse en una trampa mortal para torpes. Así que gracias a ella me di la primera gran ostia de mi vida contra aquella librería chaparra y bajita que entonces, en lugar de guardar libros, custodiaba celosamente las llaves de toda la familia. Fue justo al oir el estrépito del golpe cuando mi madre asomó la cabeza por el pasillo y me atrajo hacia ella para darme un abrazo. ¿Te apetece ayudarme un poco? preguntó haciendo caso omiso del chichón incipiente que empezaba a desarrollarse en mi frente y al día siguiente me convertiría en el primer unicornio de nueve años que había sido admirado (y estudiado) de cerca en el salvaje mundo de la enseñanza general básica. Me miró a los ojos y volvió a estrecharme, como una boa constrictor ciñe a su presa, contra el delantal que yo adoraba, el de algodón gastado riveteado por mil parejas de cerezas rojas unidas por sendos rabos de color verde intenso. Me tomó de la mano y me arrastró hasta la cocina. Había dejado preparados los ingredientes sobre el mármol gris: el paquete de harina, el azucarero, dos huevos rubios que se encontraban colocados junto a un tenedor que hacía las veces de tope evitando que resbalaran y acabaran estrellándose contra el suelo, un trozo de mantequilla con los contornos amarillentos y que empezaban a desdibujarse por el efecto termodinámico de un Junio excepcionalmente caluroso, y un vol de cristal poco profundo con trozos de piel de limón cortada muy fina. Fuí resiguiendo la fila. Aquel era el día de mi noveno aniversario, y había resultado largo y sofocante en el colegio, me había visto inmerso entre las clases de cuarto que no soportaba y los gritos que desprendía el patio cuando rompían los recreos y alguien marcaba un gol. Y mi madre, con su cálida mirada y mi delantal preferido, era como un oasis. Un afectuoso abrazo abierto, dulce y protector. Me chupé el dedo índice y lo introduje en el azucar moreno, para luego lamerlo ávidamente, entornando los ojos. Y al fín dije: sí, por favor, sí. Mi madre batía los huevos y tamizaba la harina mientras yo deslizaba la mantequilla previamente ensartada en el tenedor que antes hacía la función de aguanta-huevos, fundiéndola lentamente y a conciencia sobre la superficie interior de un recipiente de duralex, especial para hornear, con forma redondeada y bordes ondulados. Hacer un pastel como aquel no era una actividad habitual. Y yo disfrutaba de la escena mientras oía cómo el horno empezaba a crepitar y Doña Elena Francis daba consejos a gente que no conocía, a través de su consultorio en Radio Peninsular. Finalmente volcó la masa en el molde que yo había estado acondicionando, comprobó la temperatura del horno y lo introdujo en él. Me senté en el suelo a esperar, mientras ella se preparaba un té con hielo y me ofrecía un sorbo con un guiño de complicidad y una sonrisa cálida y serena. La estancia se llenó poco a poco de olor a mantequilla, azucar derretido, limón y huevos cocidos. Cuando llegó la hora, se colocó una manopla que tenía la palma acolchada por mil olas de color verde y el dorso repleto de adornos de cachemir rojos y grises. Sacó el pastel del horno y lo dejó sobre los fogones de la cocina. Sin perder ni un instante, espolvoreó primero chocolate negro, y luego fideos de azucar de colores. A pesar de que el pastel de limón era mi favorito, no recuerdo si este nos quedó bueno o malísimo. Ni recuerdo si desafinaron mucho cuando, al acabar la cena, mi madre entró en el comedor con el pastel iluminado por nueve velas y todos empezaron a cantar "cumpleaños feliz". Tampoco recuerdo si conseguí apagar todas las velas de un soplo antes de pedir un deseo (mi deseo). Pero sí recuerdo cual era: el mismo deseo que, cerrando los ojos, he pedido todos y cada uno de los días de mi aniversario. Quizás con diferentes matices o palabras distintas. Pero siempre, en esencia, el mismo: ser feliz. Y hoy, por fin, lo soy. Y no sabeis cuánto me habeis ayudado a llegar hasta aquí. Así que mañana (ahora que sé que los deseos se cumplen), cuando cierre los ojos dispuesto a soplar sobre las velas (que ahora serán tantas que estoy pensando seriamente si aprovecho las llamas para hacer una barbacoa), mi deseo será que todas vosotras y todos vosotros también alcanceis la felicidad (a su justo precio, porque nada es gratis, y menos los deseos). Chin-chin.

Comentarios:
Per molts anys Coco, espero que el teu desig es faci realitat, a veure si així tots som una mica més feliços.

Petonets i cuida't
 
Petonets preciosa.
 
I gràcies!
 
Ya es mañana.
Me alegra que tu deseo se hiciese al fin realidad....nunca es tarde.
Felicidades!
 
Felicidades .
Que seas feliz, es una suerte que tiene poca gente disfrutalo.
El saber madurar con alegria es un arte
un beso de corazon cielo.
 
Un besazo, preciosísima.
 
Oooh Coco..

Me alegro, me alegro muchooo de que seas feliz...

PETONETS!!!! Y que mañana tengas un día digno de ser recordado tal como tu noveno aniversario..


***** Y sigue pidiendo deseos que se cumplan ;)
 
Gràcies prissiós...

Mua mua
 
Gràcies a tu, només per ser com ets i per fer que la felicitat dels altres esdevingui possible.

Ets un amor.

PER MOLTS ANYSSSSSSSS......!!!!!!!
 
Hola,se que esto no tiene que ver con tu entrada, pero quiero saber si tu estas enterado de que pasó con la chica de nevera de soltera, porqué dejó el blog??
 
Petonssss vieoleta del meu cor.
Petonets Isis!
Pues no sé qué pasó con nevera de soltera. Sorry!
 
Da gusto leerte y verte feliz.
Que lo celebres bien.
Felicidades!
 
Per mooooooooooooooooooooolts anys Coco!!! Has lograt emocionar-me... ostres me n'anava a casa a dinar... ara desitjarè menjar pastis de xocolata!!

Un petò molt fort, home sensible.

Mercedes.
 
Moltes gracies Mercedes! Està molt bé que et mengis el pastís, però recorda que si t'el fas tú estarà més bo!
Petó.
 
Cuinar, és una de les meves debilitats..Ho has encertat!
Mercedes :)
 
Coco, me gusta saberte feliz. Me hace sonreir.

Y ahora...

CUMPLEAÑOS FELIZ, CUMPLEAÑOS FELIZ, TE DESEA FLOWER, CUMPLEAÑOS FELIIIIIIIIZZZZZ!!!

Cacho guapoooooooo, que cada día me gustas masssssss!!

Besos de cava y nata por los morros!!

PD: Mi post de hoy: ¡soy feliz! ;) jijijiji...
 
jo se me paso, mierda.
Voy superliada entre los dos trabajos y estudiar no doy para mas... tenemos que quedar.
millones de besitos, te quiero mil pimpollo
 
Yo también te quiero, querida. Quedamos cuando la vida nos (te) dé un respiro.
 
Q me has hecho llorar y to...o yo estoy muy floja o tu estás muy ...muy...
Felicidades guapo! y q cumplas muchos más y los demás q lo veamos
MUUAA
 
He llegado hasta aquí rebotando de un blog a otro.
Y menuda sorpresa al leer esta entrada.
No solo es preciosa. Y esta escrita de manera perfecta para mi gusto.

Si no que a demas por ella entiendo que soplaste las velas el mismo dia que yo. (bueno no, porque este año no hubo velas) pero ya me entiendes no?
Que coincidencia mas bonita.


Hasta pronto!
 
Aisss, un"caramelet" així de tant en tant al teu blog, reconforta una mica nen.

Perfecte!
 
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