domingo, abril 23
De media, me enamoro unas seis veces al día; aunque ayer sólo lo hice una.
Ayer quise hacer demasiadas cosas y creo que, con el trajín, algo se debió romper dentro de mí; porque esta mañana me he levantado con la sensación de que algo me mordía el estómago, que me devoraba el alma. Queda claro que nunca he sido bueno identificando fuentes de dolor.
Como siempre que se vive a muerte, cuando todo acaba, sientes la huella del viento helado en la piel, cortante, de ese vacío infinito; tan grande, que duele sólo de pensar en él.
Intentando aferrarme a lo conocido, he abierto la ventana de la cocina y me he puesto a preparar algo que comer; el viento fresco ayuda a recargar las pilas y aletarga los recuerdos. Esperando a que el reloj marcara la hora en que la pasta debía estar en su punto, se me amontonaban las escenas de ayer flotando sobre las burbujas del agua; las caras, las pupilas, las sonrisas, las flores adornando los brazos, las dos lunas rojas meciéndose en el pecho; esa voz que llenaba cada rincón del alma, esa guitarra que la desgarraba, esas letras que nadie acusaba de recibo, ese roce invisible que tapaba con saliva las grietas que va dejando la vida.
Después del concierto pudimos hablar un rato, y me explicó el significado del día de la justicia, de porqué hay que poner portadas sin caras; de qué piensa un corazón de papel colgado entre las costillas de un cadaver; de que hay ciudades que son masculinas y otras que son femeninas (como NY y NO o como Madrid y Barcelona); hablamos de cómo cambiando el ritmo y el compás se puede transformar el género de las canciones (del folk al jazz, me dijo); y de cuánto cuesta hacer eso mismo con las personas (le dije), o con las ciudades (replicó). Nos dió por reir al descubrir que los dos nos ponemos bizcos cuando decimos tonterias. Compartimos una cerveza, que de tan larga, sabía caliente; me dijo que estaba cansada, el jet-lack; bonita excusa, respondí; nos dimos dos besos y un abrazo, nos hicimos una foto de recuerdo como las grandes familias (dijo); nos despedimos, otro abrazo; quizás el último, quien sabe si para siempre.
Comentarios:
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¡Vaya! pues tampoco conocía yo a esa mujer que te ha sorbío el seso (¿o era el sexo?), ya me ha entrao la curiosidá, voy a bajarme algo.
Un beso corazón.
Des.
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Un beso corazón.
Des.
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